La movilidad, o bien, las movilidades, son todos aquellos desplazamientos que realizamos las personas tanto en contextos urbanos como rurales.
Existen modos y medios para desplazarnos:
- Modos: son el tipo o la superficie donde acontecen los desplazamientos, es decir, terrestre, marítimo o aéreo.
- Medios: es el cómo; qué vehículos utilizamos para dicho propósito. Pueden ser motorizados (automóviles, motos, entre otros) o no motorizados (todo desplazamiento que utiliza como fuente de energía nuestro propio cuerpo, como caminar, andar en bicicleta o desplazarnos por medio de una silla de ruedas). A la movilidad que se desarrolla por medios no motorizados se le llama “movilidad activa”.
Pero además de los modos y medios, con todas sus combinaciones posibles, la movilidad abarca una serie de otros aspectos, como las razones de dichos desplazamientos y lo que tiene relación con la experiencia de su ejecución.
De esta forma, es posible establecer que las movilidades se experimentan de formas diversas, en función de variables sociales, culturales y económicas.
¡La movilidad es política!
¡Así es! Y no sólo es política, también evidencia lógicas de poder sobre la base de factores cotidianos y estructurales. Veamos un ejemplo:
Una mujer de edad adulta se desplaza en transporte público desde la periferia hacia el centro de una ciudad junto a sus hijos para llevarlos al colegio. Por otro lado, un hombre que vive en una zona acomodada se aproxima al centro de la ciudad en un vehículo privado, recorriendo autopistas, para cumplir una jornada laboral y luego regresar a su hogar. Ambas experiencias de movilidad son muy distintas entre sí.
En Chile, al igual que en América Latina, durante los últimos treinta años la planificación urbana y del transporte ha girado en torno al automóvil como medio de desplazamiento. Esto ha implicado transformaciones urbanas profundas que han venido a modificar radicalmente el paisaje y la vida cotidiana de las personas, estableciendo desigualdades y privilegios en el marco de una priorización netamente productiva y de consumo.
Lo anterior ha generado que, junto con la expansión urbana y la consiguiente ampliación de las distancias, el automóvil privado haya surgido como símbolo de la libertad, seguridad y estatus, ya que permite sortear la lejanía y disminuir los tiempos de traslado.
Esto ha tenido implicaciones nocivas, como el aumento explosivo del capital automotriz y la consiguiente congestión vehicular, contaminación ambiental y acústica, e inseguridad vial, que han tenido como consecuencia el deterioro sistemático de la calidad de vida urbana, poniendo en riesgo la salud de las personas y la sostenibilidad ecológica de las ciudades. Todo esto en el marco de una crisis multisistémica que tiene entre sus principales componentes la cuestión climática, es decir, el cambio climático con sus consecuencias políticas, sociales y económicas..
¿Y qué dice sobre esto la institucionalidad en Chile?
La actual institucionalidad no ha contemplado la movilidad de manera integral y diversa, generando múltiples barreras a las innovaciones en cuanto al acceso universal, la caminabilidad, los cuidados, la perspectiva de género, la ciclo-inclusión y la calidad del transporte público en todo el país.
De la misma forma, ha impedido una buena gestión local y regional, ya que es altamente centralizada y antidemocrática, puesto que no ha permitido ni garantizado una participación vinculante de las personas, tanto en territorios urbanos como rurales. Así, la concepción de movilidad se ve reducida al traslado eficiente de un lado hacia otro, desconociendo las dificultades y experiencias complejas que se desarrollan en los trayectos.
Respecto a la infraestructura, ésta adolece de una inversión totalmente desequilibrada a favor del tráfico motorizado y de sectores privilegiados, fragmentando y segregando la ciudad, dificultando e impidiendo los medios activos y, por sobre todo, el desenvolvimiento de actividades vinculadas a la dimensión “privada” o reproductiva. Estos últimos corresponden a todos aquellos trabajos relacionados a los cuidados y a la sostenibilidad de la vida, los cuales históricamente han sido realizados principalmente por mujeres.
La actual cultura vial y de convivencia en las calles ha establecido una movilidad tremendamente injusta, insegura, agresiva y violenta, sin perspectiva de género, que ha segregado a los espacios residuales a todas las personas que no se corresponden con la hegemonía androcéntrica, capitalista y patriarcal.
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